lunes, 11 de septiembre de 2017

After Office

Normalmente si he tenido un mal día, uno de esos días en los que todo el mundo ha decidido agotarme la paciencia  de una manera extraordinaria y llevarme al límite de la frustración, llego a casa y comienzo a quitarme toda la ropa que traigo encima, es tanto un acto de liberación como de claustrofobia, el sonido de la tela cediendo en el piso me relaja, conseguirme con la cremosidad de mi piel, aunque por dentro esté ardiendo de ira y ganas de maldecir, hace de ese momento uno de los más dulces que pueda darme, mon petite revanche contra el mundo, para mi misma. Vengo a casa con un apetito que podría tragarse el universo, pero no es comida lo que busco y no es la rutina nocturna lo que quiero seguir. Mientras quede luz del día, me quiero pasear de un lado a otro desnuda, jugar con mi cuerpo, probar texturas, recuperar el control perdido, sentirlo todo.

Leer las palabras de extraños asiste mi incontrolable deseo de ceder por completo ante la nada. Entregar las pruebas de mi deseo ante esos extraños, ante conocidos ocasionales, ante amigos casuales, es lo que me salva de aquellas tardes de after office vacías de pensamiento, en las que sólo me dedico a mirar las vidas de otros a través del celular.

Ven, que quiero probar lo que sudas y saborear el interior de tu boca, quiero escuchar tus insultos ahogados en la pequeña bocanada de aire que tomas desde mi cuello. Deja que el espacio entre tu boca y la mía entre gruñidos se quede así, vacío y vibrante. Toma de la manera que puedas mi fuerza y hazla desaparecer frente a la tuya y hazme olvidar que fue mi idea entregarme voluntariamente a la violencia de este formidable encuentro que nunca tuvo lugar.

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