domingo, 22 de mayo de 2016

Reflexiones de una crisis.

Son las 8pm y me voy a la cama con la serenidad forzada del apagón, primero todo se va a negro, luego empiezan a emerger las distintas formas en una paleta de azul oceánico, deja por favor de romantizar los cortes de luz. Esto es bueno para mi mente, esto me ayuda a no llenarme la cabeza de basura antes de dormir, entonces logro conciliar el sueño, no sin antes soltar la lagrimita obligada por la situación del país, del país, hubo una época de mi vida en la que ni siquiera me importaban los problemas de mis propios familiares y ahora lloro por todo un país, es un terrible momento para vivir la crisis de los 25 y uno aún peor para vivir en Venezuela.

Cuatro horas después el beep del aire acondicionado interrumpe lo que se supone sea un sueño profundo y sé que a partir de ese momento no volveré a dormir, duerme como bebé durante las adversidades, sufre de insomnio cuando todo está perfecto. Estiro la mano para alcanzar la laptop, la abro con cuidado y cierro un poco los ojos para irme acostumbrando a su luz, ésta vez llegó la electricidad acompañada del internet, otras veces tendría que esperar a unas 4 horas extras por el internet.

Entre revisar el feed de cada red y pensar en maneras apropiadas para explicarle a mi jefe que todo el tiempo que estuve ausente durante ese día, no tiene nada que ver con mis ganas de trabajar, ni con mi disposición de cumplir con mis responsabilidades, tienen que ver más bien con mi condición de venezolana. Entre tanto y tanto se me hacen las 2am, redacto recuperando al fin algo que me da vergüenza enviar y me dispongo a hacer la maleta, porque en unas horas tengo que salir de viaje hasta Maracaibo a cumplir con mi deber académico,

Siempre he sido una terrible mentirosa, por eso cuando mamá se despierta a las 6am salgo a esconderme en el baño, para que no se dé cuenta. No me quiero ir, pero tampoco quiero quedarme y ser testigo de cómo la rutina de la casa se vuelve cada vez más difícil de cumplir. Me voy al terminal, me subo al primer carro que consigo, todos los viajes son tan iguales que bien podrían ser uno solo y eso me asusta, porque pude que haya recorrido el mismo camino unas 150 veces ya.

Tomo pequeñas siestas entre pueblo y pueblo, aún no es un día terrible, sigue siendo un día como cualquier otro. Una fila de carros espera por nosotros al norte, han cerrado la única vía existente, nadie puede pasar en dirección a Maracaibo, nadie puede pasar en dirección a Punto fijo y en el epicentro una horda de personas molestas, irritadas por el sol, irritadas por las precarias condiciones de vida. Imaginen que nacieron dentro de un aglomerado de casas en medio de la nada, que todos los días tuvieran que movilizarse decenas de kilómetros hacia el pueblo más cercano para estudiar, trabajar o comprar los esenciales del hogar. Imaginen que además de ese largo recorrido, llegaran a los comercios y no consiguen nada para comprar, nada que les sirva de verdad para comer.

Tendrían que regresar entonces kilómetros de vuelta hasta sus casas, ver a las caras de sus hijos y decirles que hoy la cena no tendrá pan. Imaginen un calor tan intenso que su mismo se siente insoportable al contacto, que querrían salir corriendo a la ducha para darse una buena ducha, solo que esta gente no tiene duchas, se baña con agua que recoge en un envase y no tienen agua, pues el suministro se agotó antes de que pudiera llegar a sus casas.

Para estas personas, cerrar el paso es la única manera de hacerse notar, la única manera de que las personas que van en la carretera, en sus autos con aire acondicionado, sepan que existen, que tienen nombres, que se despiertan con hambre y no tienen que comer, que necesitan asearse y no tienen agua, que necesitan distraerse de sus forzadas existencias y no tienen electricidad para encender el televisor. 

En ocasiones, fantaseo con bajarme del carro, hablar con ellos, preguntarles por sus vidas, los nombres de sus hijos y en última instancia, prepararlos para lo peor.  Porque  lo peor está aún por venir, pronto, estas personas dejarán de recibir agua en lo absoluto y la electricidad dejará de existir en zonas como las suyas y quizás como la mía, entonces ellos podrán sentir pena por mí y por todos nosotros, para ellos las comodidades como el agua corriente y la electricidad son tan recientes y volátiles que no notarán la diferencia, sus vidas podrán seguir adelante, sus hijos podrán seguir atendiendo a la escuela y sus trabajos quedarán intactos.

Se quedarán sorprendidos de ver cómo somos completamente inútiles, sin nuestras computadoras, nuestros celulares de última generación, pensarán en aquellas veces que vieron nuestras caras a través de los vidrios de los carros compadeciéndose de nosotros, sintiéndose tranquilos por jamás haber soñado más allá de sus posibilidades, aliviados de no ser como esa horrible gente que vivió completamente dependiente de esa basura que los dejó en el olvido.


Entonces vuelvo al embotellamiento, sintiéndome terrible, ya no por ellos si no por mí, miro al conductor resignado, a mis compañeros de viaje resignados. Así es como el sistema te va quebrando desde adentro sin que puedas hacer nada al respecto, así  es como el país te va empujando lentamente hacia el borde filoso de una pendiente de desesperación, es así como toda la crisis te hace escribir cosas que nunca has querido escribir por miedo a que los demás te miren con condescendencia,





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